El mundo sigue girando. A veces en la noche, antes de dormir, pienso que mañana cuando despierte el mundo podría haber acabado y bueno, ya no despertaría en todo caso. Este pensamiento es muy pesimista, lo sé. Pero no puedo evitar pensar en ello. Es reconfortante creo…
Y cuando a la mañana siguiente me encuentro con el comienzo de un nuevo día, como si ese pensamiento hubiera sido parte de mis sueños generalmente lo olvido al minuto siguiente de estar despierta.
Las noches paceñas son muy frías, terriblemente solitarias. Y no es extraño que los fantasmas de la noche ataquen a las personas más solitarias de esta ciudad, entre ellas una servidora.
Como sea, se sobrevive. Es necesario seguir viviendo. Sin embargo el frío no solo nos hiela los huesos en la noche, sino que nos trae las enfermedades de la temporada: El resfrío. Un dolorcillo en la garganta ha estado molestándome desde hace unos días. Tengo la garganta irritada y me siento mal por las noches. Detesto hasta lo más hondo de mi ser esta época del año. El invierno paceño es horrible y lo odio. Uno se salva de los sufrimientos del alma, de la soledad del espíritu, es decir del frío de nuestro ser espiritual y viene a ser preso sin previo aviso del frió físico que acaso es tan crudo como el espiritual... Pero como dije, y en todo caso a pesar de estos contratiempos, se sobrevive.
Y es que en la vida no todo es drama, al menos no un “drama trágico” (por decirlo de alguna forma, aunque sé que está mal expresado…). Hay comedia en medio. Mucha comedia en ese inmenso mar de tragedia en que se ha convertido mi vida, o al menos que yo pienso y siento que se ha convertido, pero bueno, dejemos mis tontos pensamientos sobre mi vida a un lado.
Como decía, hay cosas agradables e incluso cómicas en la vida. Bueno, en mi vida para ser más exactos. Como por ejemplo el chiste de la maldición de la cocina. Paso a explicar.
Desde hacía años que no me paraba a cocinar y la verdad es que lo extrañaba porque la comida de la calle últimamente es un asco (por no decir otra cosa). No hay nada como la comida preparada en casa y nada mejor todavía que la comida hecha por una misma. Así como la quiero, como la imagino. Deliciosa y caliente comida hecha en casa por una misma. Bleh, soy una aficionada de la cocina, pero dejando modestia aparte el pollo me sale delicioso. Lo malo es que luego del desastre que dejo en la cocina a causa de los manejos de ollas aquí y allá, de cucharas, cucharones y cuanta cosa es necesaria para preparar el suculento platillo, no hay poder humano que me haga disfrutar menos que nada en la vida el tener que limpiar la mugre de la cocina. Es que simplemente de ver el montón de platos sucios, de ollas y la salpicadura de aceite por todos lados me desanima de tal forma que prefiero hacerme la ciega y dejar todo allí hasta el día en que recuerde la cocina o cuando necesite utilizar algo de allí. Cosa que sucede con frecuencia a las pocas horas de tomar esta decisión, que por ello dura bien poquito.
Limpiar todo cuanto he utilizado es bien fregado, sobretodo porque en esos momentos me da hidrofobia instantánea y el frío de este invierno me acobarda aún más. Como sea, por alguna extraña razón se me ocurrió contentar a mi madre y limpiar todo. En realidad lavar las vajillas y eso a duras penas.
Ayer mi madre se quedó en casa, cosa que no hace muy a menudo. Y como yo apropósito o sin darme cuenta, quien sabe, dejé la cocina sin limpiar, ella como no tenía nada mejor que hacer se puso a sacarle las innumerables salpicaduras de aceite que tenía desde hacía días. Estuvo como media hora fregando la cocina y después de pasada, repasada y re contra repasada de más de veinte minutos con la esponja apenas pudo sacar una parte considerable de la grasa que se había acumulado y secado. Cuando yo curiosa fui a ver me di cuenta de que no había podido con algunas partes y claro, como toda buena hija me mofé de ella. Bueno, bromeé con ello. Así que ella me reto a acabar con lo que faltaba y yo muy segura de mi misma me acerqué y empecé a fregar, y fregando me di cuenta de que esas malditas manchas no eran tan fáciles de sacar como había pensado en un principio. Es más, podría haber jurado que eran imposibles de sacar, pues si bien una las removía del lugar se pegaban en donde las dejaba y no había manera de deshacerles de ellas- Pero como en pocas cosas de la vida, en ello no me iba a dejar ganar por “la maldición de la cocina” como lo llamó mi madre. Sí, sabía que yo tenía la culpa por haber descuidado la preciosa cocina que tengo, que esas manchas frescas hubieran sido fáciles de sacar, pero no podía resignarme a verlas allí por siempre. Y entonces mientras luchaba por sacarlas de allí mi madre se puso a rememorar las varias cocinas de las que habíamos comido o al menos habíamos visto alguna vez. Que la cocina de mi abuela que tenía una antigüedad de más de 20 años, que la cocina de mi abuelo que la había usado muy poco y se la había heredado a mi tío y que tenía como 15 años de antigüedad. En fin, después de mucho esfuerzo logre deshacerme de esas feas manchas y dejé mi linda cocina tan nueva como cuando la habíamos comprado meses atrás. Fue gracioso, pues pensar en la maldición de la cocina le agregó a mi día esa singularidad de que hacía meses o quizá años carecía. Claro, las ocurrencias de mi madre cuando se quedaba en casa son singulares. Entendí así de repente que extrañaba esas cosas, que extrañaba a mi madre en casa. Siempre estaba en su tienda, todos los días, todas las horas. Y claro yo sola en casa, sola con mi alma y mis pensamientos. Bueno, no totalmente sola tampoco. Tenía mis preciados libros y los personajes de las tantas historias que yo leía siempre me acompañaban cuando yo así lo deseaba.
Y hablando de libros… ayer fui de compra libros. Desde hacía semanas me había decidido a no leer más. Después del estado deprimente en que me dejó “El lobo estepario” de Herman Hesse me inundó un terror casi infundamentado por leerme nuevos libros. Ese temor muy parecido que tengo al conocer gente nueva. Una no sabe con qué se va a encontrar y se le llena la mente de ese temor casi tonto. Bueno, las personas no muerden (al menos la mayoría de ellas) y los libros tampoco. Así que con la firme intención de comprar la trilogía de “Eclipse”, “Crepúsculo” y no sé que más de una autora que no recuerdo el nombre, además de la trilogía tan famosa de “El Señor de los anillos” es que fui al pasaje de los libros. Me encontré con que como siempre no había lo que yo buscaba. Así que me aventuré por preguntar sobre obras de autores un poco más conocidas en este medio. Isabel Allende, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y Víctor Hugo Viscarra. Me había entrado una curiosidad considerable por leer alguna obra de Don Víctor Hugo, así que me decidí por “Borracho estaba, pero me acuerdo”. De García Márquez había mucho de donde escoger. Así que me compré dos libros: “El amor en tiempos del cólera” (curiosidad por la película que no vi) y “Del amor y otros demonios”, obra de la que había leído buenas críticas. Además de ello y solo porque se me ocurrió preguntar es que me encontré con “La ciudad y los perros” de Vargas Llosa y también lo compré. Así que ayer en la tarde empecé a leerme “Borracho estaba, pero me acuerdo” mientras mi madre luchaba con la maldición de la cocina. Cuando yo fui a reemplazarla en el frente de la batalla y volví a mi lectura se la mostré a mi madre como para incitarle a leerla. Me tomó por sorpresa que ella conociera a ese autor por algún artículo que seguramente había publicado en vida hacía tiempo. Cuando le dije que el señor Viscarra tenía ya un tiempito de estar en el más allá la invadió una tristeza y una sorpresa que no pude entender muy bien. Y me tuvo el resto de la noche con su pesar de no haber ido al entierro o de haberle conocido o algo. Quizá más por el remordimiento o lo trágico de que un escritor como el hubiera muerto de cirrosis.
En fin, después de ello fuimos al mercado a hacer comprar para luego llevar esas cosas a casa de mis hermanos y cocinar allí un suculento Charquecán que nos salió algo picante, pero estaba delicioso de todas maneras. Así que ahí me entretuve y no tuve tiempo de pasarme por el mundo cibernético siquiera unos minutos.
Bueno, estoy tratando de disfrutar la vida como me aconsejó mi querido amigo. Ayer disfruté cuanto pude y espero disfrutar igualmente otros días. Pero mientras el resfrío dure no se podrá hacer mucho. Así que espero por lo menos vivir junto a Sierva María de Todos los Ángeles sus trágicas aventuras y otro tanto con don Víctor Hugo. Los otros libros espero sacarlos de su letargo antes de fin de mes. Hasta entonces y cuando haya algo interesante que contar en los días posteriores a esta entrada, desaparezco de aquí.
Saludos!
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Temática Memorias de una loca